MARIANO DAMASO BERAUN FUENTES
1864
“EL UNIVERSO Y EL ATEO”
CAPITULO I
¿Es eterna la materia?
He aquí una de las cuestiones cuya solución investigada con sola la antorcha de
la razón permanecerá siempre oculta en la tenebrosa región de los misterios.
No pocos filósofos, al ver que tal aserto aja su altivez, le calificarán indignados
de absurdo y temerario. Sin embargo, nada es más cierto, puesto que esa
antorcha no alumbra más allá de su limitada esfera, y sin luz no hay visión.
Delira quien cree ver la materia, existiendo desde la eternidad: delira quien
cree ver la materia, saliendo de la nada.
Los filósofos á que me refiero, anhelando por conocer el origen de la materia,
se han fatigado incesantemente en explorar esta, ya analizando el globo que
habitamos, ya observando diferentes fenómenos de la naturaleza; pero no han podido
conseguir el objeto de sus anhelos. El único resultado final de sus incesantes
fatigas ha sido descubrir, que el gran todo, cuyo espectáculo sublime
admiramos, no se ha alterado recientemente á pesar de la variedad infinita de
sus fenómenos que el gran todo que existe hoy, existió ayer, existió ahora
años, existió ahora siglos, permaneciendo siempre el mismo, siempre
sustancialmente inalterable. No han podido ni podrán pasar de allí: llegaron a
la valla tras la cual no alumbra la antorcha de la razón. Y aquellos filósofos
en vez de abatirse, en vez de inclinarse humildemente ante esa valla donde
comienza el mundo de los arcanos impenetrables, pretenden avanzar con frente
altiva, sin advertir que los esfuerzos que hacen para ello solo sirven para
abismarlos y perderlos. Y, cosa extraña, eminentemente extraña, después de
conocer: todos ellos únicamente, que el universo subsiste siempre él mismo bajo
formas diversas, dicen los unos: la materia no tiene origen es eterna; y los
otros al contrario, la materia tiene origen, no es eterna. ¿Cuál es la causa de
tan brusca y escandalosa discrepancia? ¿Cómo deducen de un mismo principio
proposiciones manifiestamente opuestas? ¡Arquitectos modernos pretenden
reconstruir la torre de Babel para escalar el cielo, y no se entienden los unos
a los otros, se confunden!.
Los partidarios de la eternidad de la materia, dando a sus frases inconexas la
apariencia de un raciocinio dicen: la materia varía de forma, pero no se altera
sustancialmente, luego es eterna. . Mas sus contrarios dicen de una manera
idéntica, invirtiendo el orden de las mismas frases: la materia no se altera
sustancialmente, pero varía de forma; luego no es eterna. ¿Quién no ve con toda
claridad que los unos y los otros pretenden fundar en un mismo principio dos
doctrinas contrarias? ¿Discurren así de mala fe? Pues son impostores, y
execrables impostores.¿ Discursos así de buena fe? Pues deliran; y deliran,
porque creen ver conexión necesaria donde no lo hay; entre las existencia
actual y la anterior los unos; y entre la existencia y la no existencia, los
otros. Existe, luego siempre existió; existe, luego no existió son
consecuencias igualmente falsas, porque esas proposiciones, que se presentan
con la apariencia de antecedentes y consiguientes, no lo son realmente, por no
haber entre ellas el enlace que requiere la lógica. Y es evidente, que si
hubiera tal enlace, le percibirían todos, aunque con mas o menos dificultad; y
no habría entre dichos filósofos esa discrepancia que choca aun al sentido
común.
Aunque este argumento bien considerado es suficiente por sí solo para combatir
simultáneamente ambas doctrinas, conviene refutarlas por separado, con más
detención y con más seriedad, atendida la trascendencia más o menos funesta de
los errores. Una doctrina errónea puede ser en alto grado perniciosa, puede
cual terrible volcán, arrojar sobre los pueblos lavas destructoras. Un error de
la clase de los que estoy refutando, asociado siniestramente con errores de
otra especie, puede, como el fatídico bramido subterráneo, ser el precursor de
catástrofes espantosas....¡Quimera! exclamarán algunos...¡Realidad! Contestará
la historia; y contestará sin réplica, mostrando algunas de sus páginas
ensangrentadas.....Pero razonemos sin evocar penosos recuerdos.
Es indudable que el entendimiento humano ha ensanchado prodigiosamente los
límites de sus conocimientos, explorando sin descanso, tanto el mundo físico,
como el mundo moral; pero también es indudable, que así como los mares no se
recorren del mismo modo que los continentes, tampoco esos mundos pueden ser
explorados de la misma manera. No es necesaria una profunda disertación
filosófica, para que se palpe la verdad. Nadie dirá que las propiedades de los
cuerpos y los fenómenos de la naturaleza se investigan y se conocen por los
mismos medios que la relación de las ideas, los derechos, las obligaciones,
etc. Según esto, prescindiendo del mundo moral que no es constituido por la
materia, veamos cuales son los medios que emplea el entendimiento para explorar
el mundo físico. Y para llegar más rápidamente a nuestro fin, no nos
engolfaremos en el océano inconmensurable de las ciencias naturales, puesto que
se trata únicamente de la existencia de la materia: nos concretaremos a indagar
los medios de conocer su existencia.
1.-Nos consta que existe la ciudad de Lima, porque lo estamos viendo, la
estamos tocando. Esto es incuestionable.
2,-Aunque no conozcamos la ciudad de Londres, nos consta que existe, por el
testimonio unánime de los que la han visto y tocado ; cuyo testimonio a manera
de un inmenso alambre electrizado o de un poderoso instrumento óptico, por
decirlo así, pone esa ciudad al alcance de nuestros sentidos.
3.-Finalmente, estamos ciertos de haber habido lluvia, aunque no hayamos
sentido llover, si vemos la humedad que ella ha producido. El fundamento de
ésta certidumbre es el conocimiento de una ley de la naturaleza; y es sabido,
que el conocimiento de las leyes de la naturaleza se apoya en la observación y
la experiencia.
Estos medios u otros semejantes son los únicos que emplea el entendimiento para
conocer la existencia de los cuerpos, siendo en todo caso el fundamento de la
convicción íntima la sensación y no las meras teorías que solo pueden engendrar
conjeturas. Torricelli demostró la pesadez del aire, deduciendo de la elevación
del agua en las bombas atraentes la del mercurio en el tubo vacío de aquel
fluido; pero no tuvo certeza de la elevación del mercurio, hasta que la vió.
Mr. Leverrier en 1846 dedujo la existencia de un planeta desconocido (Neptuno)
de las perturbaciones observadas en la latitud de Urano, pero su razonamiento
no le convenció; pues en septiembre de ese año escribió a Mr.Galle,
suplicándole recorriese el cielo para descubrir el planeta que no se conocía
más que por el cálculo; y éste astrónomo contestó a aquél desde Berlín,
asegurándole la existencia real de ese planeta, por haberla descubierto el
mismo día que recibió la carta. Tales hechos y otros muchísimos semejantes que
no es necesario citar, prueban hasta no dejar duda la gran importancia de la
evidencia de los sentidos en la materia de que se trata, pudiendo decirse por
tanto, que tal evidencia es la piedra de toque por cuyo medio nos cercioramos
de la existencia de los cuerpos.
Dígase ahora ¿Por cuál de los tres medios indicados puede ser conocida la
eternidad de la materia? ¿Podrá serlo por la sensación propia? Es evidente que
no.¿Podrá serlo por la historia, la tradición, los monumentos, o por otros
signos semejantes? También, es evidente que no, porque ninguno de esos
vehículos del saber humano testifica ni puede testificar la soñada eternidad de
la materia.¿Podrá deducirse ésta finalmente de las leyes de la naturaleza? No,
porque ley de la naturaleza es la relación constante entre los fenómenos
naturales y sus causas; y no hay ninguna de estas relaciones que pueda servir
de apoyo a los partidarios de tal eternidad. Estos dicen: el mundo existe;
luego siempre existió y existirá, sin otro dato que su existencia sucesiva o
continuada durante una larga serie de siglos. Pero la existencia sucesiva o
continuada del mundo no es ley de la naturaleza; como lo dan a entender
aquellos: es una verdad indudable; pero no puede apoyarse en ella la eternidad
de la materia. Ciertamente, todos convienen en que la ley de la naturaleza es,
como se ha dicho, la relación constante entre los fenómenos naturales y sus
causas, y en que fenómenos naturales son los cambios de estado de los cuerpos,
mediante la acción de las fuerzas que se llaman agentes físicos; y aquella
supuesta ley moderna de ninguna manera puede fundarse en tales principios. En
primer lugar, y fijémonos bien en esto, para que la materia de hoy fuera un
fenómeno natural procedente de la materia de ayer, como son las lluvias que
proceden de las nubes, sería necesario que algún agente físico hubiese operado
tal procedencia ; y nadie dirá por ciento, que la materia de hoy ha sido
producida por la materia de ayer mediante la acción de la luz, o de las fuerzas
centrales, o de algún agente físico.¿Qué especie de fenómeno natural es pues,
la materia de hoy que se pretende considerar como efecto de la materia de ayer,
esto es, de si misma, y sin la intervención de ningún agente físico? Y si la
materia de hoy no es ni puede ser fenómeno natural comparada con la de ayer, ya
porque aquella no es efecto de ésta, ya que por su existencia no es el
resultado directo ni indirecto, ni próximo ni remoto de la acción de ninguno de
los agentes físicos. ¿Cómo podrá la sola continuación de la existencia de la
materia constituir una ley de la naturaleza que es la relación constante entre
los fenómenos naturales y sus causas? Es pues evidente que la citada ley
moderna es absurda, y que por tanto los partidarios de la eternidad de la
materia no pueden deducir esta de ninguna ley de la naturaleza.
Además, si para estos es una ley de la naturaleza la existencia sucesiva y
continuada de la materia, ¿Por qué se fatigan tanto en prolongar esa existencia
registrando archivos mohosos y desenterrando monumentos en los pueblos
antiguos?¿No les basta saber que el mundo ha existido cerca de sesenta siglos,
para que se convenzan de la verdad y firmeza de una soñada ley? Es claro que no
les basta. Y si sesenta siglos de existencia continuada no bastan para
constituir una ley de la naturaleza,¿Podrá constituirla la existencia de hoy comparada
con la de ayer, esto es, la existencia durante dos días?. De ninguna manera,
contestarán ellos; y sin advertir que mi reflexión del acápite anterior es
igual, ya se trate de días, ya de años, ya de siglos, continuarán registrando
archivos y desenterrando monumentos en los pueblos de la más remota antigüedad.
Mas yo, para ahorrarles tiempo y fatigas, supondré que esos archivos y
monumentos manifiestan con toda claridad, que el mundo ha existido mil siglos.
Iré más lejos, mucho más lejos: supondré con el osado Bufón, que un choque
tangencial desprendió del sol muchos trozos que formaron el sistema planetario:
y sin entrar en el pormenor de esta atrevida hipótesis, supondré finalmente,
que esto sucedió ahora un millón de siglos. ¿Qué se deduciría de esto?
¿Estarían más adelantados aquellos a este respecto, habiendo existido el mundo
un millón de siglos, que lo están, habiendo existido sólo cerca de sesenta
siglos? Sin duda que no, puesto que la materia hoy no es ni puede ser fenómeno
natural procedente de la materia de ayer, ni de la de ahora sesenta siglos, ni
dela de ahora un millón de siglos. Luego el mismo afán con que esos filósofos
tratan de prolongar la edad del mundo manifiesta la inseguridad y vaguedad con
que discurren.
Finalmente, la conciencia universal rechaza el modo de discurrir de estos; y el
fallo de ese sentimiento íntimo es inconcuso e inapelable, tratándose de la
realidad de nuestros pensamientos. Ese modo de discurrir consiste en fundar la
existencia pasada de la materia en la actual: existe; luego existió no
significa otra cosa. Veamos pues, que dice la conciencia a este respecto en los
diferentes casos que pueden presentarse.
Pregúntese a cualquiera, si está cierto de haber existido ayer el mundo. Al
momento dirá si; y para decir si, no razonará, buscando el fundamento de su
certidumbre en sus sensaciones de hoy, como el escolar necio busca en el techo
de su aula la lección que ha olvidado: dirá si, reproduciendo y recorriendo
simplemente sus diferentes sensaciones de ayer.
Pregúntese a un peruano que no sea ignorante, si está cierto de haber existido
el Perú el 28 de julio de 1821. Sin detenerse dirá si con el corazón palpitante
de placer inmenso, sin pensar en el Perú de hoy: se representará únicamente a
éste, saliendo ese día glorioso de su prisión secular, cual extraordinaria y
portentosa crisálida, lleno de majestad y brillantez.
Y para no multiplicar los casos, pregúntese a un americano ilustrado, si está
cierto de haber existido España en el siglo XVI. Dirá también sí sin vacilar; y
para esto, no pensará en la existencia actual de esa nación, ni aun se fijará
en la semejanza de la España de hoy a la España de ahora tres siglos: pensará
únicamente, aunque indignado, en que ese pueblo que había ostentado nobleza y
heroísmo delante de los muros de Granada, vino en dicho siglo al nuevo mundo, a
ser el feroz protagonista del drama sangriento, cuyo desenlace al cabo de tres
siglos ha sido tan sentidamente cantado por el cisne americano el divino
olmedo.
Y si, como lo testifica la conciencia, no se deduce del conocimiento de la
existencia actual del mundo el de su existencia anterior, aun cuando esta sea
determinada ¿cómo podrá deducirse de aquel mismo conocimiento el de la
existencia en un tiempo sin límites?
Luego es evidente que deliran los que creen ver la materia existiendo desde la
eternidad.
Paso ahora a refutar en pocas palabras la opinión de sus adversarios, quienes
apoyados únicamente en la inconstancia de las modificaciones de la materia,
afirman que esta comenzó a existir, o que fue sacada de la nada.
La inteligencia más clara y poderosa puesta en suprema tortura no es capaz de
comprender como haya podido ser sacada de la nada el universo: y lo que no
puede comprenderse tampoco puede explicarse ni demostrarse; luego desbarran
lastimosamente los que creen ver la materia, saliendo de la nada. Y para que se
conozca tal desbarro, examínese su razonamiento que en sustancia es el
siguiente: lo que está sujeto a variaciones fue nada o no existió; luego la
materia que está sujeta a ellas fue nada o no existió. Al aseverar estos que
fue nada o que no existió lo que está sujeto a variaciones, se refieren
únicamente a las modificaciones y no a los atributos, puesto que no ignoran que
estos son permanentes y que solo aquellas son variables: del mismo modo al
aseverar que la materia está sujeta a variaciones no pueden referirse a sus
atributos, sino solo a sus modificaciones: y de tales premisas que no pueden
ser verdaderas sino con referencia a las modificaciones deducen que la materia,
esto es, que el conjunto de sus atributos y modificaciones, conjunto admirable
y misterioso de permanencia e inconstancia fue nada o no existió. Cualquiera
puede saber, que la redondez de un cuerpo fue nada o que será nada; pero no hay
mortal que con su sola razón pueda saber, si la figurabilidad de ese cuerpo fue
nada, o si siempre existió.
Pero supongamos que la inconstancia de las modificaciones de la materia sea el
argumento de la no existencia anterior de esta. En tal caso, ¿por qué existió
ayer?,¿o se dirá que no existió?,¿Por qué existió ahora un año? ¿No hace ya
muchísimos siglos, que existe sin interrupción a pesar de la perenne
inconstancia de sus modificaciones? ¿Hasta qué punto del tiempo inconmensurable
habremos de remontarnos para ver la nada?.
Bien se comprende que la humanidad es su infancia, habiendo visto la aparición
de una nube, hubiese creido que ésta salió de la nada; y que al haber
desaparecido, se convirtió en nada: pero desde que, estudiando la naturaleza se
ha convencido de que las apariciones y desapariciones de los cuerpos no son
sino transformaciones de la materia, no puede, sin grave error, admitir la
creación ni la aniquilación de aquellos. Y si en tantos siglos no se ha visto
salir ningún cuerpo de la nada, ¿qué puede inducirnos a afirmar, guiándonos
únicamente la razón, que el gran todo fue sacado de la nada? Está pues visto,
que desbarran los que en la inconstancia de las modificaciones de la materia
ven un indicio seguro de la inconstancia de ésta, o de su no existencia anterior.
Luego es claro, que la razón es impotente para resolver la cuestión propuesta.
Mas, los que tenemos la fortuna de creer todo lo que está escrito en el LIBRO
SAGRADO la resolvemos, aseverando firmemente, que la materia no es eterna.
En la primera página de ese LIBRO DIVINO nos fue revelado el gran
misterio de la creación. Veneremos este misterio sin intentar comprenderle:
está oculto en el impenetrable santuario del infinito.
Lima, 3 de febrero de 1864
MARIANO DAMASO BERAUN FUENTES
“EL UNIVERSO Y EL ATEO”
Imprenta dirigida por Adolfo Valdez.1866